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Todos Somos Luz y Somos Hijos de la Luz – Yo Soy Espiritual

yosoyespiritual yosoyespiritual 3.4K vistas 7 comentarios 13 minutos de lectura Videos Gabriel Silva

¡LA LUZ ESTA EN EL CORAZON!

En el principio, cada uno de nosotros surgió como una Chispa Divina desde el Corazón de Dios, una Inteligencia Divina Individualizada, capaz de pensamiento, sentimiento y acción, y dotada por el Progenitor Divino con ese cierto derecho inalienable de libertad para retratar según el patrón Divino dentro del corazón.

Es así como la Luz de Dios se expande a través de cada uno de Sus hijos. Cada ser humano, por lo tanto, es un “Sol” de Luz irradiando una Cualidad de Dios específica para la bendición de su prójimo.

Que ahora se encuentre temporalmente ocultando su Luz debajo de un cesto, de modo que su radiación no sea percibida por el mundo que le rodea, no disminuye el hecho que es un “Sol” potencial.

A través de eones de tiempo cada uno ha venido llevando dentro de su corazón no sólo el privilegio sino también la responsabilidad de dejar brillar su propia luz. Algunos han venido a inspirar fe, valor, fuerza, obediencia iluminada, humildad espiritual, y respeto hacia Dios; otros tolerancia y paciencia.

Algunos han venido a proyectar constancia, fortaleza y resistencia espiritual; algunos otros, concentración y consagración al servicio a Dios y al prójimo; más aún, otros están dotados con los dones de piedad, reverencia y gracia, mientras que otros ofrecen dignidad espiritual, serenidad y equilibrio. Estas son las cualidades que estaríamos expresando si estuviéramos irradiando nuestra Luz como verdaderos “Soles” del Padre en los Cielos.

En el principio de nuestro tránsito por la Tierra, nosotros sí proyectábamos el Plan Divino; veíamos claramente la visión, caminábamos y conversábamos con la Hueste Angélica; no teníamos ningún otro deseo que aquel que la Voluntad de Dios fuera una con nuestra voluntad; Pues Su Luz irradiaba a través de nosotros.

Llegó el momento, no obstante, en esta historia de la humanidad en que nos ofrecimos a ser anfitriones de unas corrientes de vida menos evolucionadas, que llegaron al planeta en busca de una oportunidad de evolución y trascendencia, sin embargo, estas corriente de vida no mantuvieron el paso de las civilizaciones que avanzaban.

Cuando ellos llegaron a vivir con nosotros… trajeron sus propias sombras consigo. Igual que si fuera una enfermedad contagiosa, sus pensamientos y sentimientos discordantes se esparcieron y fueron absorbidos por la gente feliz y armoniosa. Nuestra Luz irradió con menos brillantez, hasta que finalmente llegamos a encontrarnos sumergidos bajo un “cesto” de distorsión… deseo y miedo, discordia y enfermedad, letargo y codicia.

Siglo tras siglo nos hemos contentado con vivir bajo este “cesto” de nuestra propia creación, nuestra propia auto-voluntad. Hemos llegado a aceptar y a depender de nuestros poderes hechos por el hombre, los cuales nos limitan, nos angustian, nos disgustan y nos ciegan.

Hemos construido, por ende, ímpetus de miedo e incertidumbre dentro de nuestros mundos mentales y emocionales. Vivimos bajo la amenaza constante de las sombras en nuestras imaginaciones, hasta el punto en que hemos anclado nuestra fe en las ilusiones de nuestras propias creaciones vampirescas, en vez de tener fe en Dios como único Poder que puede actuar.

“Pero” dirán ustedes “¿Acaso no hemos avanzado mucho en los últimos siglos? Miren nuestros inventos, la velocidad de nuestras comunicaciones y transporte, nuestras investigaciones científicas, nuestros hermosos edificios…”

Sí, es verdad, en un aspecto hemos mejorado nuestras conveniencias utilitarias. Pero igual hicieron los Atlantes antes que nosotros. El progreso material de ellos alcanzó el cúspide del desarrollo. Aviones que transportaban pasajeros y carga operaban en un horario tan regular como los trenes y autobuses de hoy día.

Para ellos la electricidad, como fuerza, era primitiva. Una fuerza más fina, una fuerza etérica, fue engalanada para manipular sus aparatos mecánicos. Estaban tan altamente experimentados en telepatía que la rebelión, el crimen y el perjurio eran detectados rápidamente. Esto significa que la gente era controlada hipnóticamente por la fuerza de la voluntad; y por supuesto, toda ausencia de amor, de gracia y de sentimiento ético, uno contra el otro, llevó a la desintegración.

En un día y una noche la última isla que quedaba de la Atlántida, Poseidonis, se hundió bajo las olas llevándose consigo sus 65 millones de habitantes. La Civilización no es construida con seguridad ni puede ésta ser medida por logros utilitarios solamente.

Sólo a medida que nos volvemos generosos y puros sin pensamientos de poder personal o engrandecimiento; sólo a medida que la voluntad del yo cede su lugar a la Voluntad de Dios volveremos otra vez a ser verdaderos “Soles” del Padre. Sólo entonces seremos capaces de moldear la forma partiendo de la sustancia etérica mediante pensamientos y sentimientos, de curar enfermos, de restaurar la vista a los ciegos, y de caminar sobre las aguas como lo hizo el Maestro Jesús.

“Ah” –dirán ustedes– “pero es que Jesús era Divino”.

Nosotros también lo somos… potencialmente. Es sólo que nosotros hemos encubierto tanto nuestra Divinidad con el “cesto” de la creación humana que nuestra Luz ya no brilla.

No en vano el mismo Maestro Jesús señaló: “os digo que vosotros sois Dioses”. Y, por otro lado, dijo: “Estas cosas que Yo he hecho también las podréis hacer vosotros y aún cosas más grandes haréis”.

La Presencia de Dios con toda Su Gloria está anclada dentro de cada corazón palpitante, esperando para externalizar la perfección, la belleza, la armonía, la salud, la opulencia, y la magnificencia del Reino de los Cielos. A la Presencia Interna…o se le permite fluir a través de los vehículos mental, emocional, etérico y físico de Su creación, expandiendo el Reino…o se le ignora, pero si se le ignora, la conciencia externa continuará experimentando con el don de la Vida para crear limitaciones que le seguirán pareciendo angustiantes al yo externo. Debemos tratar de ceder todo poder a la Presencia que hace palpitar al corazón.

Con estos siglos de experimentación con el uso de la vida, hemos construido ímpetus de fuerza así como ímpetus de indulgencia y debilidad. El requisito de la hora es el de purificar nuestros sentimientos, pensamientos, memorias y cuerpos físicos, de manera que los gloriosos ímpetus que hemos construido en el pasado puedan verterse a través de nosotros con sus dones y bendiciones.

No importa cual pueda ser la apariencia temporal que reduzca la intensidad de la Luz de nuestra Presencia de Dios Interna, nosotros sabemos que la Presencia está dentro de cada alma, y, tarde o temprano, los talentos y capacidades de las corrientes de vida se abrirán paso por las puertas de la indiferencia y el letargo, desplegando dones sobre el Altar de la humanidad para enriquecimiento de toda la vida.

No obstante, cada uno debe poner sus propios dones sobre el Altar. La maestría, los poderes, los talentos y los ímpetus de otro nunca dan una paz duradera al individuo. Solo el desarrollo de la maestría propia sobre la energía, la sustancia, las circunstancias y el ambiente le otorgan paz duradera al individuo, y es ésta la única razón para la encarnación de cada uno de nosotros sobre la Tierra.

¿Por qué la Presencia de Dios se ve tan efímera, tan irreal, tan difícil con que dotar a la fe del yo personal? Porque a través de las Edades la conciencia externa se ha esforzado en vivir sin Su consejo, guía y amistad. Debemos poner la Presencia de Dios a trabajar en cada detalle de nuestras vidas individuales, esperando, entonces, que responda. Cultivar, desarrollar y sostener una comunicación activa con lo Divino dentro del Corazón rinde grandes beneficios. Construye ímpetus de fe, iluminación, tolerancia, pureza, fórmulas científicas (pero espirituales) que nunca fallan, poder de sanación, y poder consciente de transmutación. La Presencia de Dios está dentro de cada uno de nosotros AHORA MISMO. Es nuestro privilegio y obligación emprender nuestro peregrinaje personal para encontrarla y ponerla a trabajar a través de nosotros.

Cada hombre es un Cristo potencial. Es oportuno tener hombres y mujeres Crístos caminando sobre la Tierra, capaces de hacer lo que Jesús era capaz de lograr, actos de maestría sobre la sustancia, la energía y la vibración.

Si pudiéramos siquiera entender la importancia de vigilar, proteger y purificar nuestra conciencia, y la aún mayor actividad de ofrecer la conciencia sin reserva al Todopoderoso Anfitrión del Cielo, encontraríamos que, al igual que los rayos del sol reflejados a través de un cristal, ésta se pone mucho más hermosa. Una conciencia así que permite al Cristo Cósmico expresarse se convierte en un centro irradiante a través del cual esa Conciencia Crística puede fluir con un poder todo-intensificante, hasta que el aura misma del individuo sana automáticamente, iluminando, purificando y elevando toda la energía que toque dicha esfera de influencia.

Nosotros tomamos muy a la ligera los dones de un nuevo día. Cuando percibamos que las formas de pensamientos creativos y de sentimientos energéticos pueden y podrán moldear en la vida de hoy lo que nosotros deseemos, comenzaremos a caer en cuenta que ya no somos más las víctimas de los errores de ayer, así como tampoco los creadores inconscientes de las cadenas de mañana. ¡Hoy es el día de la Oportunidad!

Desde las profundidades de siglos de oscuridad, encontramos ahora al planeta Tierra y a Su gente parados en el umbral de una Luz que no sólo jamás volverá a ser extinguida sino que se convertirá en el Día Cósmico Eterno en el cual será evidente la manifestación más plena de perfección para el Planeta.

La Luz YA ESTA AQUÍ, enterrada en los corazones de la gente. A través de cada corriente de vida dicha Luz Vibrará Flameante, lo cual es la respuesta a la demanda de la ley Cósmica. Dentro de cada corazón se levantará el espíritu, expulsando las sombras que han disminuido la intensidad de la Radiación de su Heredad Natural, y convirtiéndose también en una contribución a la Luz del Mundo.

Apúrense, por lo tanto, a quitarse de encima el “cesto” de la creación humana de Siglos, y “dejen así que su luz brille para que todos puedan ver sus buenas acciones y glorificar a su Padre que está en los Cielos”.

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