Ustedes han escuchado a Serapis narrar cómo la gran Jerarquía alertó a los sacerdotes de que Atlántida estaba a punto de envolverse en su velo y hundirse bajo las olas; y esos benditos que habían custodiado el Templo de la Verdad hicieron preparaciones (junto con otros) para llevar la Llama desde ese altar —y los documentos sagrados que habían sido cuidadosamente transcritos, y los cuales contenían en sí los resultados de muchas de nuestras conferencias— a un sitio seguro. Lentamente transcurrieron los años sin que nada pasara en lo externo, y la gente comenzó a murmurar entre sí que los sacerdotes y las sacerdotisas los habían engañado, diciéndoles falsedades, por lo que revirtieron a sus hábitos antiguos hasta que finalmente llegó la noche cuando se les notificó que subieran a sus botes y (en compañía de los sacerdotes o sacerdotisas escogidos por ellos) se empeñaron por llegar a un sitio seguro antes de que la actividad cataclísmica convirtiera el océano en un mar en tal ebullición que no había navío que pudiera sobrevivir.
El amado Hilarión y un grupo de sus chelas (tres de los cuales están aquí presentes en este salón) llevaron la Llama de la Verdad al otro lado del Atlántico, a través del Mediterráneo a Grecia. Estuvieron entre los pocos que llegaron a tiempo y se arrodillaron, al mismo tiempo que Serapis y Su grupo se estaban arrodillando en Egipto alrededor de la Llama de la Ascensión. Yo permanecí en la atmósfera al tiempo que la Llama de la Verdad ardía en el brasero que ellos habían traído desde el templo atlante, y los fieles hicieron la venia hasta el piso en gratitud a la vida por haber sobrevivido, y por el honor de preservar la Llama de la Verdad. Los documentos secretos fueron colocados en archivos secretos donde permanecerán hasta que el hombre esté lo suficientemente balanceado en su propia Presencia Divina, como para que puedan ser sacados de nuevo para la iluminación de la raza.
Desafortunadamente, algunos de estos registros ardieron en Alejandría, pero muchos llegaron hasta el Lejano Oriente y a Tíbet y China donde todavía permanecen. Siguió creciendo aún más el velo de la creación humana, aún al tiempo que los tizones ardientes de la Verdad eran custodiados por algunos fíeles que encarnaron una y otra y otra vez. En Delfos, cuando los sacerdotes estuvieron en capacidad de contactar al Espíritu de la Verdad, algo de esa Llama lo permitió a esos griegos antiguos proceder a lo largo del sendero de la virtud; pero cuanto más envolvía la creación humana a la corriente de vida, tanto menos le importaba al individuo conocer la Verdad.
Diario de El Puente a la Libertad – Pallas Atenea – Parte 2