(El Puente, Septiembre/Octubre, 1952)
Mis buenos amigos, Estudiantes y americanos, préstenme atención. ¡Vengo a enterrar EL PUENTE, no a alabarlo! El mal que los hombres encuentran dentro de las palabras buenas, les sobrevive.
El bien cuyas palabras puedan hacer, está enterrado por el prejuicio ciego. ¡De manera que así sea con EL PUENTE!
El Mensajero* ha dicho que EL PUENTE no es auténtico. Y, no obstante, con el mismo aliento ha afirmado que la copia se ha hecho de manera tan paralela a su trabajo, que ha sido sacado párrafo tras párrafo de sus publicaciones.
¿Acaso pueden dos rayos que manifiestan tal similitud de luz estar en conflicto, o ser emitidos de soles diferentes? Depende de USTEDES, como gente pensante, decidir al respecto.
¡Se dice que EL PUENTE, al igual que César, es ambicioso! De ser así, es una falta de extrema gravedad, ¡y tanto EL PUENTE como sus autores deben responder por ello! ¿Acaso es ambición difundir las palabras de los Maestros en todos los idiomas, de manera todos puedan leerlas?
¿Acaso es ambición familiarizar al cuerpo estudiantil con las actividades que actualmente están teniendo lugar en los Retiros Sagrados del Mundo, a fin de que puedan ellos cooperar con tales actividades?
¿Acaso es ambición proveer un medio y una manera de unificar a todos los estudiantes en los mismos empeños, al mismo tiempo, aprovechando la fortaleza de la Unidad de Propósito y Energía? Nuestro Mensajero ha dicho que EL PUENTE es un “robo” de la obra del “YO SOY“.
¿Acaso es posible ROBAR las bendiciones de Dios, Su Amor, Su Cuidado, aún siquiera con la INTENCIÓN y PROPÓSITO de dar el Pan de Vida a los hambrientos, negados por la circunstancia de su mismísima vida por razón de idioma o falla de hecho o implicada?
En cuanto a Mí concierne, Me encuentro entre quienes son los servidores del pueblo. Dentro de los Derechos Dados por Dios de la libertad religiosa y libertad de conciencia, traigo ante ustedes al ACUSADO (El Puente), para que lo examinen sabia e imparcialmente. Cada hombre es su propio juez, y sus facultades, el jurado. Dentro de la bella Libertad de su propia conciencia, ustedes deben evaluar su valor, de acuerdo con su Luz y su discernimiento; y que Dios los ayude a utilizar sus propios poderes intuitivos, junto con el sentido común, más que permitir que una balanza ajena sea la que mida el valor de la Sabiduría y Dones del Dios y de los Maestros a los cuales ustedes profesan servir y amar.
Algún día, todo hombre tendrá que pararse a solas sin mediador, consultor u oráculo; y, a través de la Luz de su propio corazón, escoger de dónde viene la Vida de su Presencia, y seguir ESE Rayo de Luz dentro de la túnica sin costuras de la Perfección Eterna.
cf. Julio Cesar de William Shakespeare, Acto III, escena 2.
Nota del Traductor: Refiriéndose aquí a la Sra. Edna Wheeler – Ballard (v.g Lotus)
Diario de el puente a la libertad – Saint Germain