La Habana, Cuba, Enero de 1954 (El Puente, Octubre de 1954)
Me parece que fue ayer que pisaba las desniveladas tablas que componían la cubierta de la “Santa María”, oteando un horizonte que no mostraba línea costera alguna.
Mucho después que los marinos se habían acostado por la noche, yo caminaba de arriba para abajo por esa cubierta, con el sabor del rocío salado en los labios, mientras que Mis ojos se esforzaban por ver entre las nubes y la imaginación, una tierra que estaba seguro existía, tan seguro como que tenía manos de carne y pies que se balanceaban con el vaivén del mar, lo cual Me permitía permanecer erecto.
Sin embargo, el espíritu dentro de Mí se cansaba a media que los días se convertían en semanas, y los cálculos que yo había hecho tan meticulosamente no rendían el logro de la meta hacia la cual había orientado Mi conciencia.
En esta empresa había entretejido las energías renuentes de hombres de visión quienes, al creer en Mi propósito, escogieron sacrificar la seguridad del conocido Continente Europeo y, contra el prejuicio e ignorancia de la época, aventurarse basándose en Mi palabra.
No es una experiencia placentera comprometer los intereses vitales y seguridad corporal de personas para luego, en la oscuridad de la noche sobre un mar sin cartas de navegación, cuestionar tu propia fe, a sabiendas de que no sólo tu propio bienestar y salvación, sino también el de otros dependía de la precisión de tu percepción.
¿Pueden ustedes creer en el poder que se encuentra inherente en una visión antes de que ésta se convierte en un hecho aceptado?
¿Saben lo que entraña vibrar con esa visión antes de que la sustancia del mundo de las apariencias haya producido pruebas de su realidad?
Todo esto pasó hace mucho tiempo para Mí, pero ustedes, una vez más, están tejiendo sus energías vitales en una visión de un pueblo libre. También están ustedes navegando en un mar espiritual inexplorado, comprometidos en una gran aventura, con las velas desplegadas y la visión orientada hacia una costa desconocida.
Ustedes han sentido la euforia que precede a un nuevo viaje. Han sentido el desaliento y la incertidumbre que resultan tan característicos de la conciencia no -ascendida que tan tenazmente se aferra a la forma.
A ustedes les traigo la convicción de Mi propia fe en Mi misión, ya que un día el horizonte de hecho mostró tierra, y un día una isla verde surgió frente a mis ojos cuajados de lágrimas.
Un día el sol se reflejó en las palmas ondulantes. Un día, las aves de tierra sobrevolaron los mástiles curtidos por la sal. Un día Mi corazón saltó a encontrar Mi visión convertida en hecho, y al mismo tiempo mis rodillas se doblaron en gratitud a Dios por sostener nuestro rumbo al oeste a pesar de tenerlo todo en contra.
MARES INEXPLORADOS
Igual ocurrirá en la experiencia de ustedes y en la de otros que han tocado el borde de una visión de un pueblo Libre en Dios, en el que la enfermedad, la decadencia, la muerte y la disolución ya no serán la herencia del cuerpo humano de los hombres. Esta visión luce tan fantástica ahora como un mundo esférico le resultaba a la gente del Siglo XV, pero, sin embargo, es igualmente un hecho predecible en el futuro. Ustedes Me creyeron entonces. Algunos de ustedes navegaron conmigo en esos mares inexplorados. Compartieron Mi desesperación, y compartieron Mi victoria.
Participaron en el círculo que cada noche examinaba conmigo la distancia recorrida y el rumbo de nuestro viaje diario inscrito en la bitácora privada que yo mantenía, y en la cual anoté el conocimiento que tenía del mar que habíamos atravesado, si bien manteníamos otra bitácora para los marinos, no fuera que, producto del pánico que les produciría enterarse de cuánto nos habíamos alejado de Mi objetivo calculado, rehusaran seguir avanzando… y avanzando… y avanzando.
Allí nos sentamos en la bodega de la nave, en un pequeño camarote la noche en que “falló” la brújula, al no saber que al girar y navegar rumbo al oeste en vez de hacia el norte, la Estrella Polar afectaría la aguja. Al ver la brújula aquella noche, sentimos que habíamos perdido nuestra última esperanza y, sin embargo, cuando encaramos a los hombres al día siguiente, no podíamos decirle que ya no estábamos navegando hacia el norte, no fueran a desanimarse más de lo que ya estaban. ¿Recuerdan ustedes ese momento? Yo no olvidaré nunca por toda la eternidad y, no obstante, a pesar de ese aparentemente pequeño “defecto” irreconciliable, ¡encontramos tierra!
Ustedes estuvieron entre mis amigos. Vieron San Salvador. ¡Vieron Cuba! Compartieron Mi agonía personal, y compartieron conmigo el júbilo que sentí en la arena caliente, firme bajo nuestros pies, el paraíso de la buena y estable tierra después del bamboleo del mar, el reposado verde de la hierba y los arbustos ¡después de las grises e hinchadas aguas del vasto Atlántico! Estas son las cosas que arden profundamente en el espíritu del Amor.
Son los lazos de amistad que hacen de la asociación del cielo una dulce y celebrada camaradería, la cual se extiende a lo largo de edades que todavía no han nacido. Son lazos de Amor escritos sobre las arenas del tiempo.
Diario del puente a la libertad – Saint Germain